La misteriosa esposa de Alejandro Guillier

Publicado: Sábado, 03 Junio 2017 07:10 Escrito por Ximena Torres Cautivo
Frágil pero autoexigente y mandona. Femenina y elegante, "en estilo medio lana". Inteligente, celosa y crónicamente enferma. Con una prometedora carrera académica trunca y un jardín silvestre que hoy es su mundo.

Experta en bailahuén, boldo, canelo, hierba de la plata, llantén y cuanta planta medicinal de uso común hay en Chile, la antropóloga María Cristina Farga Hernández (62) vive, plácida y quieta, en medio de un encantador jardín silvestre, enclavado en los faldeos cordilleranos, en la Comunidad Ecológica de Peñalolén.

Fue ella quien decidió la compra de las dos parcelas que tiene con su marido, el sociólogo y periodista, senador y candidato presidencial de "casi" toda la Nueva Mayoría, Alejandro Guillier, en este sector habitado por actores, gente de la tele y diversa fauna progresista.

"Vinimos al cumpleaños de una amiga y mi mujer se enamoró del lugar; yo preferiría una casa en un lugar más cómodo", nos contó el candidato hace semanas, cuando lo entrevistamos. Ella, cuya mano está en cada detalle de la casa de adobe de dos pisos que habitan, no se dejó ver entonces y no quiso hablar ahora. La misteriosa enfermedad que padece —síndrome de fatiga crónica— y que la hizo elegir estos terrenos hace casi 20 años, la inhabilita un día y otro también, por lo que no puede dar entrevistas.

Sabido es que ni ella ni su hijo menor, Alejandro Guillier Farga, el mago y músico que comparte nombre, facha y voz con su padre, quieren participar públicamente de esta candidatura. Andrés y Cristóbal Almeida, periodista y profesor, respectivamente, hijos del primer matrimonio de Cristina con el antropólogo ecuatoriano José Almeida-Vinueza, son más llanos a mostrarse y ser parte de la campaña, lo que revela la fuerte relación que tienen con Guillier, su padre putativo.

Una gran amiga y compañera de "Pepe" Almeida-Vinueza en la Escuela de Psicología de la Chile a comienzos de los años 70 lo recuerda como "muy tincudo y con mucho arrastre en la universidad. Había venido junto a un hermano desde Ibarra, zona de la sierra del norte de Ecuador, a estudiar. Eran gente sencilla, nada pitucos. Nosotros éramos jipis y de izquierda. El 73 el Pepe se puso a pololear con la Cristina, muy bella y delicada, y después del Golpe se fueron juntos a Ecuador".

Andrés Almeida, el hijo mayor de Cristina, editor en la revista América Economía, relata cómo fue esa huida. "Mi abuelo Victorino Farga, que era director del Hospital del Tórax, un médico broncopulmonar eminente, que llegó de niño en el Winnipeg, fue delatado por sus simpatías con la UP. Nunca militó, pero tenía el ADN de una familia republicana española de izquierda. Estuvo detenido en el Estadio Chile, en Tejas Verdes y en un recinto de calle Agustinas. Lo pasó mal y cuando mi mamá, que fue acompañada por mi papá, logró verlo, él le pidió a mi padre: ‘Pepe, saca a mi hija de Chile, llévatela'. Ellos estaban pololeando, no tenían un proyecto de pareja a futuro, eran muy jóvenes, pero obligados por las duras circunstancias, partieron a Ecuador. Tomaron un bus a Arica y de ahí se fueron a Cusco, aventura en que la embarcó mi papá. Esa fue como una luna de miel, una ventana de felicidad, como la define mi mamá, pero sobre todo un viaje muy duro. En Cusco, mi papá decidió estudiar antropología, en vez de seguir psicología, y mi mamá se afirmó en su vocación, dentro de la profunda pena que sentía por sus amigos muertos, su familia desarmada y su exilio inesperado. Finalmente se instalaron en Ibarra, donde se casaron y nací yo y mi hermano Cristóbal".

Una compañera de estudios de entonces comenta: "La Cristi se fue sin haber pertenecido a un partido ni estar siendo perseguida; fue por temor y por su carácter delicado. Yo siento que las mujeres militantes somos más agarradas a la vida; ella es muy frágil y enfermiza, muy sensible, pese a tener un carácter fuerte".

Cristina y José armaron familia y carrera en común. "Creo que, pese a todo, mi mamá fue muy feliz en Ecuador y no quería volver. Lo hizo por Alejandro, que insistió en hacerlo. Quería participar de lo que estaba pasando en Chile, a mediados de los 80, cuando partieron las protestas contra Pinochet", cuenta Andrés, adelantándose en el tiempo.

En Ecuador, la pareja Farga-Almeida primero se instaló en Ibarra. "Recuerdo mi infancia en esos paisajes preciosos, subiendo al volcán Imbabura con mis padres". Después se radicaron en Quito, donde Cristina terminó sus estudios de antropología en la UC de la ciudad, trabajó y publicó varios libros (La transformación del campesino y la comunidad en la sierra norte; La conformación histórica de Calle Larga), "incluida la tesis que escribió con mi papá sobre las comunidades indígenas de la zona de Imbabura".

Cristina y José no han perdido el contacto, pese a lo difícil que fue el quiebre matrimonial. "Mi papá, es un encanto, aunque mi mamá a lo mejor no estaría de acuerdo conmigo", dice Andrés. Agrega que mucho mejor se llevan José, su papá biológico, con Alejandro, su padre adoptivo. "Ambos son mis papás. Los quiero por igual. Y se parecen; son hombres buenos".

Hoy, Almeida padre visita Chile de vez en cuando y hasta ha alojado en casa de los Guillier Farga; es profesor en la U. de Nuevo México, vive en Albuquerque y tiene una hija de una relación posterior.
Una antigua amiga académica de Cristina, que como todas pide hablar sin nombre, sostiene: "Es obvio que el primer marido le agradezca al segundo haberle criado a los dos hijos, porque eso hay que reconocerlo: Guillier es muy buen padre".

Lo que no pudo ser
Cristina es alta, pálida, de largo y abundante pelo castaño claro, que peinaba en una larga trenza. Siempre llamó la atención. En Ecuador, donde vivía inmersa en el mundo indígena, todavía más. Fue alumna del Liceo Manuel de Salas y luego de la Universidad de Concepción y después de la Chile, e hija de dos médicos reconocidos: el doctor Victorino Farga y la fisiatra Nieves Hernández, que llegó a ser directora médica de la Teletón. Tiene 3 hermanos, una de los cuales, quizás su más cercana, vive en Estados Unidos, porque con el Golpe la familia se dispersó. El padre se fue a California y después a París; la madre a España; los hermanos a otros países, y ella a Ecuador, donde coincidió, ya separada, con Alejandro Guillier, que estudiaba un magíster en Flacso.

Ella misma, en la única aparición periodística que ha hecho, le contó a Pedro Carcuro, flanqueada por sus dos hijos Almeida en el living de su casa, que Guillier la conquistó con mucha delicadeza y paciencia. En 1983 volvieron a Chile, donde nació Alejandro, el hijo músico y mago, que, según una cercana, "es el más parecido a ella de carácter, sensible y mágico". Fue una etapa dura, estrecha económicamente, porque Guillier trabajaba en revista Hoy en dictadura. Él ha dicho que tenía hoyos en las suelas de los zapatos. Y su hijo afirma que ella ganaba más que él.

Profesora e investigadora en el Instituto de Historia de la Chile, publicó trabajos que es posible consultar sobre temas indígenas, campesinos, de género, y el libro del que está más orgullosa: "Plantas medicinales de uso común en Chile", donde es coautora con la bióloga y botánica Adriana Hoffmann.

Dice una colega antropóloga: "Si ella no se hubiera enfermado, habría sido una figura importante en la antropología en Chile. Pintaba para eso, pero ese raro mal que padece se lo impidió. Lleva 20 años apartada del mundo".

Sus hombres corriendo por ella
El ingreso de Guillier a la televisión les cambió económicamente la vida, de manera que en 2000, cuando Cristina descubrió que la tranquilidad y la altura de la Comunidad Ecológica la ayudarían, dejó su casa en la calle Coventry, barrio ñuñoíno donde estaban varias de sus amigas, y se trasladó a este refugio, que todos definen como ciento por ciento obra suya. La casa, de adobe y madera, como todas por estos lados, se la hizo a su medida el arquitecto Javier Bize.

El piso cruje, las paredes están cargadas de libros y fotos familiares, y hay mucha artesanía latinoamericana. Su hijo la describe así: "A mí mamá le interesa rodearse de cosas bellas, aunque no es de gustos caros. Le gusta la artesanía de calidad, como el gallito de madera de un pueblo de México o una colección de caballos. Es elegante, en onda lana".

En medio del jardín muy silvestre, al que se accede por una alta reja verde, destaca un viejo bote de pescadores.

"Ella quería un bote para su cumpleaños y los niños partieron a buscárselo a Valparaíso", nos contó el senador hace unas semanas. "Cuando lo vio, no entendía nada. Ella quería uno chico, de madera, que vendían en los viveros cercanos para arreglos con plantas. Nada que ver".

La anécdota revela cómo corren los hombres de esta casa cuando ella habla. "Ella es la típica señora mandona, pese a su fragilidad. Muy celosa. A veces me obligaba a llamar al matinal de Chilevisión para reclamar por la chabacanería", cuenta su mejor amiga de los años 90.

Su hijo Andrés niega este rasgo, pero en una antigua entrevista en Caras, Guillier reconoció: "Como buena española, mi mujer es bien celosa". Eran los tiempos de mayor éxito en TV, cuando les cambió el estándar de vida y ella cayó enferma.

—¿Cómo fue eso para la familia, para ustedes como hijos?

—No nos gusta mucho hablar de eso. Hubo un tiempo en que solo dormía y dormía, pero su resiliencia ha sido notable. Ella tiene todas sus capacidades cognitivas intactas, pero se cansa, no puede sostener una reunión larga, una jornada de trabajo. Quizás porque se exigió mucho en una época. Yo la recuerdo ultra trabajadora, autoexigente. La enfermedad se traduce en que se agota. Es como esos celulares a los que se les acaba la pila.

Pese a esto, su exigencia no decae con ella y con sus hombres. "Cuando mi papá estaba en TV, ella enfatizó mucho que no cayera en lo banal, en la farandulización. Ella ha dirigido, orientado la carrera de mi papá. A ella no le entusiasmó que él dejara el periodismo por la política, tampoco a mis hermanos, pero yo lo apoyé. Me daba cuenta de que Alejandro lo había hecho todo y estaba medio aburrido".
Las amigas, de las que se fue paulatinamente alejando, afirman que esa etapa fue muy solitaria. Que a veces pedía que fueran a dormir con ella, porque, dadas las exigencias de la campaña, al marido candidato no se le veía ni el pelo".

Ahora él trabaja en la casa. Y, aunque ella se resistió al comienzo a esta aventura presidencial, ahora lo apoya con todo, dentro de sus posibilidades. "Ella temía que le hicieran daño, que lo pasara mal, porque él está acostumbrado a que le vaya bien. Intuía que esta campaña sería muy agresiva, porque mi papá viene a revolver el tablero político. Ahora, ella está tranquila. Lo ve resistiendo firme el fuego amigo y el enemigo. Lo nota cansado y le pone límites a sus reuniones, porque esto es 7 por 24. Él es un hombre resistente para el trabajo y de hábitos sanos: no toma, no fuma. Su única tentación es la comida, ese es su talón de Aquiles", comenta Andrés, quien finaliza diciendo que hoy su madre está "picada con los ataques", que eso le ha hecho aflorar el amor propio y quiere que su marido gane. Y para hacerlo, lo aconseja. "Y participa en las reuniones estratégicas, y todos la oyen, porque siempre dice cosas cuerdas".

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